El otro día salí de casa y me pasó una cosa muy rara. Era... Era un día normal, lunes o martes... Tal vez miércoles, ahora no recuerdo con exactitud. El caso es que yo me levanté como cada mañana a las 6:36 y el día empezó normal. No sentí nada fuera de común en el café, y las tostadas sabían como siempre. Tampoco noté al ponerme unos vaqueros que todo fuese a dar un giro tan insospechado minutos después. En los primeros metros hacia la parada de bus, no percibí nada extraño. Fue al llegar a la plaza de toros cuándo pensé que estaba sumida en una horrible pesadilla. Mirara a dónde mirara, la gente se daba la espalda. Dos niñas intercambiaban cromos dándose la espalda, una pareja se besaba dándose la espalda, y un vendedor ofrecía sus productos dando la espalda a sus clientes. Aquellas reiteradas y horribles imágenes siguieron repitiéndose y persiguiéndome a lo largo de todo el día. Fuese a dónde fuese, la gente se daba la espalda. Incluso los animales se dirigían entre sí dándose la espalda.
Y las espaldas iban a cada paso, perdiendo la l.
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