martes, 26 de septiembre de 2017

La historia de mi calle

A veces el tiempo va hacia atrás y los días se desnudan , los recuerdos se deshacen,  y todo lo que una vez fue algo se convirtió en nada, para luego empezar a ser otra cosa, de nuevo,  más tarde.  Y en algún lugar del mundo,  alguien tiraba una canica al suelo y no pasaba nada después,  pero Juan José Millás escribe sobre eso un libro y pasan muchas cosas después.   Da una charla en mi universidad y estoy sentada con Claudia, escuchándole sin haber leído nunca un libro suyo, pero me suena el nombre.  Escribo cosas que dice en mi cuaderno.

"La historia del mundo, es decir, la historia de  mi calle"
"La realidad del sinsentido"
"Siempre he sido un escritor de medio aliento"
"¿Aquello que me gusta me debería gustar?"
" Es lo que queramos que sea"
"Todos somos hijos del mito"

 Se llama a sí mismo Juanjo y me hace gracia.  Dice que los títulos de sus libros son buenos,  por ejemplo, La soledad era esto.  Lo pienso un poco y me gusta el título, porque al decir era,  implica muchas cosas.   Me imagino un niño pequeño, más maduro que todos sus compañeros,  preguntándose en clase de matemáticas que es la soledad.  Y a un adulto,  muchos años más tarde, enfrente del televisor, diciendo en voz baja: la soledad era esto.

Siempre he preferido los libros de pocas hojas y con letra grande. Juanjo dice que no digas en diez líneas lo que puedas decir en cinco, así que me cae bien.   Creo que si decimos en cinco líneas lo que podemos decir en diez, y en dos lo que podemos decir en cuatro,   y en una lo que podemos decir en dos,  y en palabra lo que podemos decir en línea... La palabra sería siempre la misma.

Y salgo de la charla con una sensación que no tiene palabra pero he vivido más veces y me gusta,  y me prometo a mí misma que esa noche voy a leer un libro de Juan José Millás.   Ahora me fijo más en los niños que juegan con las canicas y en las horas que avanzan y te llevan hacia atrás.

domingo, 24 de septiembre de 2017

La calma

La calma a veces nos encuentra,
y convierte nuestra piel en escudo.
No hay que tener tanta prisa,
es imposible llegar tarde a lo que está por llegar.


sábado, 23 de septiembre de 2017

La pizza de Nyugi

Se me hace raro ver los lugares que antes veía a diario solo en fotos. Porque hay siempre unos segundos de confusión en los que creo que cuando salga a la calle, voy a tener que bajar los cuatro pisos de escaleras de siempre, ver a los vecinos de siempre,  atravesar la plaza de siempre, caminar por las calles de siempre y  entrar a las cafeterías de siempre.   Pero luego me doy cuenta de que llamo sitios de siempre, a sitios que nunca fueron para siempre.

 Que el momento en el que el erasmus empezó,  fue irónicamente el día en que empezó a terminarse.   Creo que fue la sensación de sentirme tan en casa lo que hizo que me familiarizase con todo . Creo que fue el sentir lo ajeno como propio,  y  lo desconocido como poco a poco  en conocido,  lo que hizo que me olvidase de que algún día me tendría que ir.

Y sé que en cada esquina de la ciudad , hay una sonrisa mía,  y que seguirá siempre aunque nadie pueda verla.  Porque cualquier día, incluso lo días en los que no pasaba nada especial ,  fueron grandes días, y la magia está en todos los momentos sin importancia que al final, fueron los más importantes de todos.   Las conversaciones en la terraza, las visitas inesperadas, los encuentros en el tesco,  las reuniones de salón, los paseos en bici,  la pizza de nyugi.
Primero gente, luego personas, luego amigos, luego familia.    Las confesiones, el momento preciso en el que se comparte la intimidad, el sentirte unido a alguien que vive a muchísimos kilómetros de ti o que habla otro idioma.   Vivir como nunca la intensidad de la vida,  hacer que los segundos sean años.

Aprender palabras en otros idiomas, aprender insultos en otros idiomas, aprender geografía,  aprender viajando,  aprender yendo , aprender volviendo, aprender a salir de casa,  aprender a poner la lavadora, aprender a decir adiós, aprender a decir hola,  aprender a perder el miedo, aprender a ser valiente, aprender a dar las gracias, aprender la magia de lo efímero,  aprender la libertad, aprender que aún queda mucho por aprender.

El otro día estaba hablando con una amiga de un sitio al que nos gustaba ir a cenar en Szeged,  y a las dos nos costó unos segundos recordar el nombre del lugar.   A veces siento que en cada día que pasa aumentan las posibilidades de que me olvide de algo o de que los recuerdos se hagan borrosos.   Pero son olvidos que llevaré siempre conmigo , porque dan forma a algo eterno,  la felicidad que me une y me unirá siempre e irremediablemente, a la ciudad y a cada persona que la vivió conmigo.  Y que aunque no recuerde qué paso un 4 de Octubre, o un 12 de Marzo,  se me ponga la piel de gallina al ver una foto de lugares que durante un año, vi a diario.  De lugares que fueron para siempre, durante un año.

La imagen puede contener: bicicleta, cielo, exterior y naturaleza