sábado, 4 de noviembre de 2017

Un Ted Mosby un poco mayor

Todas las mañanas tengo que coger el bus para ir a clase,  y muchas veces,  me encuentro a mi profesor Antonio.  Es gracioso , porque casi todos los que vamos en ese bus somos estudiantes, y él es profesor de lengua. Pasa su tarjeta por la máquina para convalidar su viaje,  y se sienta en uno de los asientos.  Me he estado fijando en que si hay opción,  él siempre prefiere ventanilla.   Tendrá unos cuarenta y muchos  años,  lleva siempre camisas de colores lisos,  y gafas de montura gruesa.  Es alto y corpulento, aunque tiene la típica barriga de hombre que no se cuida mucho.  Cuando el bus arranca,  se pone a leer un libro.  Son las nueve de la mañana,  y no hay atisbo de somnolencia en su rostro. A veces se distrae y mira por la ventanilla.


Me imagino su vida,  y me imagino a un Ted Mosby un poco mayor.  Seguro que él quería ser escritor.   Me lo imagino escribiendo torpes poemas de amor en clase a chicas que no le hacían mucho caso,  tartamudeando para pedir una cita o tirando la copa por encima de una falda sin querer.  Me lo imagino despistado,  confundiendo los nombres de las chicas con las que está.  Hola,  Teresa,  tenía muchas ganas de verte.   Antonio,  me llamo Laura.   Alguna vez pensó en comprarse un perro,  la idea de tener una mascota le gusta pero a la vez le da miedo porque es una responsabilidad que no sabe si podrá asumir. Tiene miedo de cuidar de alguien, porque sabe que es capaz de querer sin retorno y a la vez olvidarse de qué tenía que hacer o decir. Aún recuerda las frases de su profesora aquel día "Antonio, eres un inútil".

Antonio baja del bus, camina despacio por la calle que lleva a los despachos de profesores.  Lleva un zapato desaprovechado,  pero no lo sabe.  Camina y mira a su alrededor. Se distrae por el vuelo de una paloma,  el motor de un coche, las risas de un grupo de amigos.   Se para en un semáforo en rojo,  su maletín cae,  y un montón de hojas se esparcen por  el suelo.   

Antonio, ¿Qué es eso qué no quieres olvidar?




domingo, 29 de octubre de 2017

Forma de canción

De las setenta y nueve cosas que te ofrece la vida cada día,  a veces solo nos importan dos.  Vivimos esperando a que sea viernes sin saber muy bien porqué.   El tiempo pasa, el tiempo pasa,  y cada segundo es un adiós de algo que fue y deja poco a poco de ser importante.  El calendario es como una enorme goma de borrar.  A dónde va la energía que deja de fluir,  dónde están los momentos no vividos,  qué pasa con lo que se quedó en el aire. No sé cuántas canciones habré escuchado a lo largo de mi vida o cuánto tiempo me habré pasado dentro de un ascensor. Hoy, todo lo que perdí vuelve a mí en forma de canción. De las setenta y nueve cosas que ofrece la vida cada día,  me importan ochenta.

jueves, 26 de octubre de 2017

Prefijo "des"

En primero de carrera tuve un profesor que se llamaba Antonio, que siempre llegaba tarde a clase y se iba mucho por las ramas.Solía llegar a clase con un café de la máquina y sentarse en el bordillo de la mesa. Soplaba con cuidado antes de darle un sorbo,   luego nos miraba,  y comenzaba con la clase.

Un día, creo que era en Octubre,  empezó a hablar de la memoria y dijo una cosa muy bonita.  Mirando hacia la esquina de la pared, preguntó si nunca nos habíamos olvidado de alguien : de unas manos, de un aroma, de una cara. Preguntó si nunca, el concepto de una persona se había evaporado por completo. Preguntó si nunca, habíamos transformado un recuerdo en olvido, si nunca habíamos intentado con todas nuestras fuerzas  recordar a una persona y al intentar memorizarla, fuésemos poco a poco desdibujándola. Nadie dijo nada, y él  sacudió la cabeza. Luego dijo que aún éramos demasiado jóvenes y cambió de tema.



martes, 26 de septiembre de 2017

La historia de mi calle

A veces el tiempo va hacia atrás y los días se desnudan , los recuerdos se deshacen,  y todo lo que una vez fue algo se convirtió en nada, para luego empezar a ser otra cosa, de nuevo,  más tarde.  Y en algún lugar del mundo,  alguien tiraba una canica al suelo y no pasaba nada después,  pero Juan José Millás escribe sobre eso un libro y pasan muchas cosas después.   Da una charla en mi universidad y estoy sentada con Claudia, escuchándole sin haber leído nunca un libro suyo, pero me suena el nombre.  Escribo cosas que dice en mi cuaderno.

"La historia del mundo, es decir, la historia de  mi calle"
"La realidad del sinsentido"
"Siempre he sido un escritor de medio aliento"
"¿Aquello que me gusta me debería gustar?"
" Es lo que queramos que sea"
"Todos somos hijos del mito"

 Se llama a sí mismo Juanjo y me hace gracia.  Dice que los títulos de sus libros son buenos,  por ejemplo, La soledad era esto.  Lo pienso un poco y me gusta el título, porque al decir era,  implica muchas cosas.   Me imagino un niño pequeño, más maduro que todos sus compañeros,  preguntándose en clase de matemáticas que es la soledad.  Y a un adulto,  muchos años más tarde, enfrente del televisor, diciendo en voz baja: la soledad era esto.

Siempre he preferido los libros de pocas hojas y con letra grande. Juanjo dice que no digas en diez líneas lo que puedas decir en cinco, así que me cae bien.   Creo que si decimos en cinco líneas lo que podemos decir en diez, y en dos lo que podemos decir en cuatro,   y en una lo que podemos decir en dos,  y en palabra lo que podemos decir en línea... La palabra sería siempre la misma.

Y salgo de la charla con una sensación que no tiene palabra pero he vivido más veces y me gusta,  y me prometo a mí misma que esa noche voy a leer un libro de Juan José Millás.   Ahora me fijo más en los niños que juegan con las canicas y en las horas que avanzan y te llevan hacia atrás.

domingo, 24 de septiembre de 2017

La calma

La calma a veces nos encuentra,
y convierte nuestra piel en escudo.
No hay que tener tanta prisa,
es imposible llegar tarde a lo que está por llegar.


sábado, 23 de septiembre de 2017

La pizza de Nyugi

Se me hace raro ver los lugares que antes veía a diario solo en fotos. Porque hay siempre unos segundos de confusión en los que creo que cuando salga a la calle, voy a tener que bajar los cuatro pisos de escaleras de siempre, ver a los vecinos de siempre,  atravesar la plaza de siempre, caminar por las calles de siempre y  entrar a las cafeterías de siempre.   Pero luego me doy cuenta de que llamo sitios de siempre, a sitios que nunca fueron para siempre.

 Que el momento en el que el erasmus empezó,  fue irónicamente el día en que empezó a terminarse.   Creo que fue la sensación de sentirme tan en casa lo que hizo que me familiarizase con todo . Creo que fue el sentir lo ajeno como propio,  y  lo desconocido como poco a poco  en conocido,  lo que hizo que me olvidase de que algún día me tendría que ir.

Y sé que en cada esquina de la ciudad , hay una sonrisa mía,  y que seguirá siempre aunque nadie pueda verla.  Porque cualquier día, incluso lo días en los que no pasaba nada especial ,  fueron grandes días, y la magia está en todos los momentos sin importancia que al final, fueron los más importantes de todos.   Las conversaciones en la terraza, las visitas inesperadas, los encuentros en el tesco,  las reuniones de salón, los paseos en bici,  la pizza de nyugi.
Primero gente, luego personas, luego amigos, luego familia.    Las confesiones, el momento preciso en el que se comparte la intimidad, el sentirte unido a alguien que vive a muchísimos kilómetros de ti o que habla otro idioma.   Vivir como nunca la intensidad de la vida,  hacer que los segundos sean años.

Aprender palabras en otros idiomas, aprender insultos en otros idiomas, aprender geografía,  aprender viajando,  aprender yendo , aprender volviendo, aprender a salir de casa,  aprender a poner la lavadora, aprender a decir adiós, aprender a decir hola,  aprender a perder el miedo, aprender a ser valiente, aprender a dar las gracias, aprender la magia de lo efímero,  aprender la libertad, aprender que aún queda mucho por aprender.

El otro día estaba hablando con una amiga de un sitio al que nos gustaba ir a cenar en Szeged,  y a las dos nos costó unos segundos recordar el nombre del lugar.   A veces siento que en cada día que pasa aumentan las posibilidades de que me olvide de algo o de que los recuerdos se hagan borrosos.   Pero son olvidos que llevaré siempre conmigo , porque dan forma a algo eterno,  la felicidad que me une y me unirá siempre e irremediablemente, a la ciudad y a cada persona que la vivió conmigo.  Y que aunque no recuerde qué paso un 4 de Octubre, o un 12 de Marzo,  se me ponga la piel de gallina al ver una foto de lugares que durante un año, vi a diario.  De lugares que fueron para siempre, durante un año.

La imagen puede contener: bicicleta, cielo, exterior y naturaleza

domingo, 20 de agosto de 2017

"Lucha por tus sueños"

 Una vez, en algún sitio,  leí que la mejor manera de cometer un asesinato y escapar sin que nadie pueda describir tu rostro es usando un uniforme, porque de acuerdo a esta teoría, si caminas por la calle vestido de , por ejemplo,  basurero,   tu profesión oculta tu identidad y la gente que estuviese alrededor no sabría el color de tus ojos o tu pelo,  y solo a veces,  recordarán que también había un basurero en la calle.  No sé si es verdad pero me llamo la atención porque eso pasa a menudo en nuestro dia a dia con muchas cosas.  Por ejemplo, con el ruido.  

Cuándo salimos a la calle hay ruido, pero al cabo de unos minutos si nos preguntan que formaba ese ruido, no sabríamos decir que era.  Igual recuerdas que había muchos coches, un señor hablando muy alto, o a un perro ladrando.  Pero no podrías decir más de dos razones de ese ruido,  y poniéndonos en el caso de que sepas decir esas dos razones.   Llevamos frases profundas en nuestras camisetas para hacer estupideces.   Y esas frases son como ruido porque nadie se para nunca a leerlas.  Me pregunto si alguien se pone camisetas de lucha por tus sueños para ir a comprar el pan.

jueves, 11 de mayo de 2017

23 grados

Hacía sol asi que estábamos sentadas en la terraza mirando a la gente pasear.  Sonó el estribillo de una canción que nos conocíamos y Lucía se puso a bailar.  Me sentí feliz sin saber muy bien porqué,  pero me gusta que la gente haga ese tipo de cosas , que sea natural y libre.  Desde que llegamos no hemos plantado ninguna planta en el balcón y  Chiff nos dijo el otro día que porqué no poníamos unas flores , unas fresas,  un poco de vida.   Entre una cosa y otra lo dejamos pasar,  pero de manera natural han crecido unas.  Y no entendemos porqué,  porque ninguna de mis compañeras de piso lo han regado o lo han cuidado, pero han crecido unas preciosas plantas.  Hay personas que caminan por el desierto y lo convierten en un bosque.

domingo, 16 de abril de 2017

Promoción de zanahorias

A veces te das cuenta de todo lo que vas a echar de menos antes de que acabe.  Es como cuándo vas a un restaurante y estas esperando con ansia el plato de espaguetis y no te importa demasiado la tardanza porque la conversación es interesante pero tu hambre va en aumento.  Entonces llega el plato y sabe de maravilla y disfrutas cada bocado hasta que te das cuenta de que llevas más de la mitad y que aunque deceleres , antes o después, se va a terminar. 

 El día a día está lleno de cosas que nos dan igual,  pero a las que cogemos cariño.  Podríamos conectar casi cualquier cosa de los sentimientos con la comida,  porque es así como lo trascendental se mezcla a veces con las tonterías.   Pero lo que quería decir con todo esto es que siempre encuentras un momento del día para pensar las cosas, o el momento te encuentra a tí y no puedes huir de él,  y te enfrentas a la idea de lo rápido que pasa el tiempo.

En sexto de primaria fui a un campamento de verano en el que después de comer siempre nos comprábamos un kinder bueno en el kiosko,  y jamás en mi vida volví a tardar tanto en comer chocolate como en aquellas dos semanas.  Nos gustaba competir a ver si podíamos conseguir que el kinder bueno durase los treinta minutos libres que teníamos,  y siempre lo conseguíamos.  Nunca volví a ser así de paciente.  Aunque tengo que confesar que durante los descansos de física o química dejaba de comer las natillas y que aún a día de hoy,  no empiezo la cena hasta que se acaban los 10 segundos de espera de Streamcloud.   Pero el kinder bueno siempre se acaba,  igual que los capítulos de Girls se acaban,   y al quitar el envoltorio nos encontramos con que debajo de todo esto solo hay tiempo que se esfuma.

Muchas veces utilizo las canciones para darme cuenta del tiempo que llevo haciendo algo. Así se, por ejemplo, que de mi casa a la universidad hay dos canciones y tres si contamos el bajar las escaleras.  Hacer la compra me suele ocupar unas cuatro canciones , pero tres si está cerca la hora de comer o siete si llevo mucho sin hacer la compra.  Venir de Gijón a Szeged me lleva unas 298 canciones , así que siento que me separan diecinueve horas y catorce minutos de música de mi  familia,  mi perra, mis amigos, mi parada de bus y del árbol que siempre veo desde la cama. 

Llegará el día en que el plato de espagettis se acabe de verdad y esas 298 me separen de mi terraza con vistas a Dom Ter.  Todo lo que vivo se que pronto serán recuerdos y que mi vida seguirá el sentido contrario: el tiempo que me ayudaba a aprender como se pronuncia gracias en húngaro, hará que me acabe olvidando.  Y no valdrá de nada comer más lento el kinder bueno,  porque será solo una falsa ilusión de futuro.  Sin embargo, a veces darte cuenta de todo lo que vas a echar de menos antes de que se acabe, te hace valorar más cada segundo.   Y yo ,  a día de hoy,  me conformo con estar dentro de diez años en cualquier bar y que suene una canción que me recuerde a la promoción de zanahorias del Tesco - más todo lo que hay detrás- ,  y sin darme cuenta de repente esté sonriendo.

Algún tipo de probabilidad

El otro día vi a un señor de unos ochenta años sentado en el tren escribiendo algo en una libreta con la luz del sol de la siete de la tarde, que en este lado del mundo, no es muy intensa.  El caso es que me pregunté que años tendría , y calculé que alrededor de 80 ,  así que debería haber vivido con la mirada de un niño la guerra mundial ,  con la mirada de un adolescente el comunismo y la revolución del 56,  y con la mirada de un adulto el fin de este periodo y el inicio de la capitalización de Hungría.  Pensé que sería fascinante hablar con él,  y es algo que a menudo me ronda por la cabeza cuándo viajo a países que han estado en guerra recientemente o tienen una historia interesante.  Pienso que seguro que han tenido miedo , alivio, angustia, ira,  compasión, y millones de sensaciones que ni siquiera puedo escribir.  Creo que hay cosas que nunca podré entender del todo,  porque la historia leída no es lo mismo que vivida,  ni una placa conmemorativa es lo mismo que un agujero en una pared para espiar lo que está pasando en tu calle.   Todas estas cosas me hacían sentir que en los pensamientos de aquel señor había ochenta años de atisbos de calma y tormenta,  y me pregunté si era más fácil olvidarse del primer beso que de los ruidos de balas por la noche.  Me fijé más en ese hombre y me di cuenta de que tenía una enorme joroba y si esta palabra no es políticamente correcta es solo porque ahora no se me ocurre una mejor.  Llevaba ropa normal de hombre de ochenta años y gafas normales de hombre de ochenta años.  No tenía nada que no pudieses encontrar en una tienda de España.   Era enternecedor observarle acercarse en exceso al papel ,  pero tampoco era algo que solo hiciesen los hombres de ochenta años de Hungría, porque incluso yo misma a veces lo hago.   Todo esto,  me hizo darme cuenta de que si me lo hubiese encontrado en el muro de la playa San Lorenzo,  en la catedral de Oviedo,  en la castellana, en las Ramblas, o cualquier playa del sur,  hubiese pensado perfectamente que aquel hombre era español y que habría vivido la guerra civil, la posguerra y otros sucesos que,  sin ser menos importantes,  no me producían la misma expectación.  Pero le vi en el tren Budapest- Szeged,  y me imaginé todo eso.  Me imaginé sus noches de insomnio por el olor a muerte en las calles del distrito VII,  y el temblor de sus piernas por la mirada de una chica. Y nada de esto podría haber pasado,  pero yo me lo imaginé y me encariñé,  hasta que de repente aquel señor me empezó a recordar a millones de señores de cualquier país, ciudad, pueblo o continente.  Pensé si ya nunca podría ver a alguien por primera vez.  Porque muchas personas me recuerdan a otras personas, o tienen camisetas que tienen otras personas, o tienen camisetas que nadie más tiene como otras personas que se compran camisetas que nadie más tiene. Muchas personas son como otras personas que ya he conocido. Me dio un poco de vértigo aquello de estar condenado a recordar cosas del pasado siempre que conoces algo nuevo,  aunque no cuestiono tampoco la posibilidad de belleza en todo ello.   De repente aquel señor de ochenta años era un minero retirado que tras toda su vida trabajando y sin perderse un partido del Caudal,  había ido de viaje a Hungría.  Entonces el señor se bajó del tren,  cogió sus maletas y esperó sentado a que la multitud de personas se desvaneciese para echar a andar.  Cruzó las vías con cuidado y  el tren en el que yo estaba arrancó de nuevo. Él dobló la esquina y yo ya estaba bastante lejos,  así que casi sin darme cuenta perdí por completo su silueta.   Pronto ya estábamos en otro lugar, en otro pueblo,  y la probabilidad me decía que jamás vería de nuevo a aquel señor de unos ochenta años. Aquellos minutos de reflexión habían sido lo único que por instante conectó nuestras vidas,  aunque el ni siquiera me hubiese visto.   Y se que en unas semanas, meses o años,  puede que no recuerde nada de esto,  o puede que por los pequeños eternos retornos de la vida, yo algún día sea una señora de ochenta años que escribe en un tren.   Así que no me importaba mucho no poder ver nunca nada más por primera vez,  porque el día a día estaba lleno de últimas veces y en todo ello hay algo de belleza,  como en el sol de las siete de la tarde en este lado del mundo.

jueves, 16 de marzo de 2017

Conversaciones en Facebook a las dos de la mañana

Cuándo hablo de tí y me preguntan dónde te conocí. ¿En el instituto? ¿En la universidad? No, en un concierto.   

Los diarios que la Ángela de diez años tiró por verguenza a la basura ahora me hacen feliz.  Porque yo alguna vez también tiré algún diario.   Y seguro que alguien en tú clase se hubiese sentido feliz con tus diarios.   Me gustan las vidas paralelas en diferentes colegios, pupitres y libros de texto.

Hay gente que es valiente porque es imprudente o estúpida, tú eres valiente porque eres inteligente y nunca ves que en una calle con gente hay solo calle y gente o que en un vaso de agua hay solo un vaso y agua.   (Quizás debería haber dicho cerveza)  Hay personalidades que son como una dieta equilibrada; un poco de simpatía, un poco de espontaneidad, un poco de seriedad....Pero sin pasarse,  que si es mucho luego es malo para la digestión.  Tu eres cada día distinta ,  pero la esencia se mantiene día tras día.  Por eso siempre es divertido irse a tomar unas cervezas contigo a dónde sea.  Incluso un vaso de agua.

Todas las personas que conocemos y admiramos tuvieron que empezar,  y algunos estaban en la escuela de cine de París pero otros estaban en Gijón  y sitios así, que necesitas siete veces más fuerza para animarte a hacer algo,  pero siempre empezaron con algo,  me la suda que me admiren o no pero quiero hacer las cosas que me apetece hacer.   Tengo que decir, que aprendo más contigo que en la escuela de cine de París.   Que todo algún día será la contraportada de alguna pelicula que nadie verá pero que nuestros cuerpos arrugados de ochenta años se respigaran al pensar sobre ello.  Si no vivimos al máximo, explotamos.

Y miras al pasado y piensas " Joder Ana, que lista eras aunque te pusieses todos los sábados aquel jersey del loro horrible"

Y miras al pasado y piensas " En cuarto de la Eso era a hostia, discutia con todo el mundo porque nadie pensaba lo mismo que yo y Candela me decía que lo hacía aposta y simplemente era que no voy a callarme dos veces para que parezca que no estoy en contra,  y  un día a final de curso vino una chica que hablaba poco pero era lista y se habían reído años antes de ella y me dijo como emocionada:  Ángela gracias por responder siempre en clase"

No sé a ti (Ana), pero hay veces que se me mete el drama dentro de una forma hasta confusa. De repente estar en la calle no tiene sentido, aunque haga 25 grados y un sol de terraza. No tiene sentido porque voy caminando, siempre subiendo la cuesta, y sin ganas ni de buscar optimismo en los auriculares (que perdí hace unos tres meses), miro al suelo y me quejo para dentro del calor, de por qué hace tanto sol si es marzo y viernes, y tengo que entrar en clase a sentarme 3 o 4 horas durmiendo y escuchando a la vez. Luego salgo y es todo falso, que yo me vaya a Gijón, que me quede en Oviedo, que coja un bus a Madrid o un avión a Tailandia, no importa y no cambia nada; pasan cosas y se suman a la lista de gracias para hacer en grupo, contar sonriente que conocí Rusia, que toco en un estadio ante 20.000 personas, que escribí en una revista famosa; nada emociona, nadie se emociona si no es por lo propio. Viajé a Berlín y visité los campos Elisios, en un pueblo de Pravia conocí a un hombre de 750 años, aprendí a volar pero me corté el pelo; hablar y que nadie escuche, ¿qué es lo que más importa? Que a nadie le importe nada. Es cuando escucho que pierde el sentido, cuando nadie sentado enfrente tiene nada que me interese. ¿Voluntariado con ancianos? ¿Niños ciegos con síndrome de down? ¿Refugiados en Bolivia? 30 segundos de admiración y aburrimiento: egoísmo hasta los límites, “hago cosas buenas para sentirme mejor”. Tardes sentada en la cama. Hoy limpio, hoy ceno, hoy no hago nada. Son días que se me olvidan si no guardo aquí unas líneas. Empecé el curso en septiembre y de los primeros meses recuerdo poco más que el sabor del café soluble extradulce que compré el primer día. Estuve unos meses sin comprar azúcar para ver si me acostumbraba. ¿Dónde está la magia? Ahora no la encuentro. Está en que siempre, en los meses que ahora casi no recuerdo, descubrimos cosas. Yo qué sé, momentos de lucidez de 30 segundos en los que pienso: anda, esta es la diferencia entre estereotipo y original / anda, me miran al entrar y siento pena por ellas. Que pase lo que esté pasando, sea triste o sea muy guay, nosotras crecemos.

Este verano o el siguiente ,o en cualquier estación, incluso en estaciones de buses y trenes, alquilaremos nuestro piso en cimavilla y rodaremos nuestra película.   

Y te juro que son las dos de la mañana y estoy con la luz apagada y Lucía durmiendo en el cuarto piso de una casa en el centro de mi querida Szeged  y me siento igual que todas esas noches locas entresemana que íbamos a la corrada a beber una cerveza y a hablar durante horas de todo y siempre acabábamos llegando a las tantas.



miércoles, 15 de marzo de 2017

A los doce


No somos tan mayores
como creíamos que seríamos 
cuándo teníamos 12 años.

No somos tan guapos 
como decía nuestra abuela,
Pero no somos tampoco tan malos,
como decía la profesora de matemáticas.

Somos algunas cosas que siempre soñamos,
y otras que jamás pensamos que llegaríamos a ser.

Pero creo que lo mejor de todo esto es que a veces,
y más muchas que pocas,
 a los 20 siento que tengo más 12 años que a los 12.