lunes, 23 de mayo de 2016

Plastilina y reflexiones estúpidas

Es dificil encontrar el equilibrio entre aceptarnos a nosotros mismos y pretender mejorar.

Me choco contra todos las puertas y armarios,  resbalo con una gota de agua,   y tiro al suelo todos los objetos de valor que haya a mi alrededor.     Muchas veces voy por la calle con la mochila abierta hasta que alguien me avisa,   llevo camisetas del revés, y calcetines diferentes.   En sexto de primaria durante un campamento escolar,   pensé morir de vergüenza al tirar al suelo un bocadillo con forma de cocodrilo que llevábamos toda la mañana haciendo.

Mi naturaleza despistada se transforma en torpezas,  y también en olvidos.   Olvido la libreta en casa y los libros en el pupitre y la chaqueta en un bar y el móvil en la parada de autobús y olvido que dije que llamaría a no se quién ,  que haría tal cosa,  y mierda las llaves, que  no aparecen por ningún sitio.

Pero es gracioso como la gente se acostumbra a nuestra forma de ser,  como si la personalidad fuese una gran bola de plastilina.   Siempre me repiten todo cien veces porque saben que las noventa y nueve primeras no estaba escuchando,  siempre me recuerdan que los plazos se acaban,  los exámenes se acercan,  y que esa costura de la camiseta es un poco rara.

Es gracioso como nosotros,  nos acostumbramos a nosotros mismos.   Y a veces aprendemos de nuestros errores,   y otras veces aprendemos simplemente a salir del paso.   Es gracioso como gracias a mi naturaleza despistada,  he desarrollado unos asombrosos reflejos y una buena memoria.
Es gracioso como nuestros defectos a veces vienen acompañados de virtudes.  Nos adaptamos al medio,  atisbamos el  peligro y mejoramos algún aspecto. 

Juro que hace unos minutos estaba a la pata coja en medio de mi habitación porque mi dedo gordo acababa de chocarse contra un cajón,  y que aún así,  logré impedir que se cayera un plato vacío de la mesilla.  Lo primero que pensé,  a pesar del dolor del dedo,  fue:

"Que crack Ana,  cada día tienes más reflejos"


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